sábado, 8 de junio de 2024

Tikun Leil Shavuot


Reb Yehoshua era un hombre piadoso, recto y temeroso de Hashem. Junto con su esposa Sara formaron su hogar sobre las bases de la Torá y el Jesed, pero pasaron muchos años y todavía no podían abrazar a un hijo. Pasaron los años y la pareja iban poniéndose mayores y casi perdiendo las esperanzas.

Un año, en la noche de Shavuot, la esposa de Reb Yehoshua se acercó a uno de los Tzadikim de la generación y con lágrimas en sus ojos explicó su amarga situación, tantos años de esterilidad y su soledad en ausencia de hijos. Muchas veces ya se había dirigido a lo del Tzadik a pedirle que rece por ella, pero esta vez se mantuvo firme y con el corazón roto exclamó: "¡Rebe! ¡No me moveré de aquí hasta que me bendiga con un hijo!" El Rebe se quedó en silencio, cerró los ojos y finalmente dijo: "Esta es una hora oportuna y te otorgo una bendición, tal como se bendijo a Sara Imenu, de aquí en un año tendrás un hijo, y que el hijo crezca acorde a tu deseo y voluntad." La mujer salió de lo del Tzadik con el corazón contento y creyó de todo corazón que su salvación llegaría. Tanta la alegría, que no prestó atención a las palabras del Tzadik y su desconcertante adición, de que su hijo crezca según su voluntad.

Pasó exactamente un año, llegó Jag Hashavuot y Sara, la esposa de Reb Yehoshua tuvo un hijo. La ciudad quedó muy conmovida por las buenas noticias y todos compartieron la alegría de los flamantes padres. El niño que entró en el pacto de Abraham Abinu, recibió el nombre del rey David, cuyo día de nacimiento y fallecimiento cae en Jag Hashavuot. El bebé David fue circuncidado sobre las rodillas del Rebe y, a pedido de su madre, bendijo al niño diciéndole que el Zejut del rey David lo proteja para crecer en la Torá y en Irat Shamaim para satisfacción de sus padres.

Ya en los primeros años del nacimiento de David, advirtieron que fue dotado de talentos únicos y maravillosos. Sus padres lo amaban con todo el alma, el haberlo tenido en su vejez después de largos años de ansiedad y espera, y lo colmaron con una abundancia de amor desmedida. No escatimaron en absoluto en comprarle los juegos y juguetes que desee, ropa bonita y libros para su satisfacción. Los amigos de Reb Yehoshua lo reprendían por la indulgencia que le da a su hijo, comentando que lo estaba acostumbrando a malas cualidades y terminar criándolo de manera torcida, pero el amor de Reb Yehoshua por su hijo cegó sus ojos y nubló su mente.

Más que el resto de todos los Jaguim, a David le encantaba Jag Hashavuot, que también era su cumpleaños. La casa decorada con hermosas flores, las deliciosas comidas lácteas que preparaba su madre, la atmósfera especial del Yom Tov, todo esto dejó una profunda impresión en su corazón y quedó vinculado con este día en una conexión especial y constante.

Cuando David creció, sus padres lo enviaron a una famosa Yeshivá que estaba lejos de su ciudad, para que estudie Torá de la mano de los más grandes de la generación. Los padres estaban seguros de que su hijo era diligente en su estudio de Torá y Avodat Hashem, pero la gran ciudad llamó la atención del inocente joven y se arrastró tras las vanidades de este mundo. Un buen día, David desapareció de la Yeshivá y el Rosh Yeshivá lo buscó constantemente; finalmente lograron dar con el paradero del muchacho, que estaba irreconocible, casi sin rastros del perfil de un joven Yehudi. Con el corazón roto, el Rosh Yeshivá fue a la casa de los padres y les contó lo sucedido con su amado hijo, que había abandonado la 'fuente de agua viviente' y fue a cavar pozos rotos que no contenían agua... La amarga noticia cayó como un rayo sobre los padres destrozados, la madre enfermó de pena y al poco tiempo falleció. Al final de los días de duelo, el anciano y destrozado Reb Yehoshua se levantó y se dirigió a la gran ciudad, con la esperanza de poder hacer retornar a su hijo a casa y a sus orígenes, pero sus esfuerzos fueron en vano. Su hijo, querido y compasivo, lo miró con desdén y altivez y se burló de la tradición de sus antepasados, al tiempo que reafirmaba su nuevo camino.

Cuando Rabí Yehoshua vio que sus palabras caían en oídos sordos, le pidió a su hijo una única petición: "Te ruego, elige para ti cualquier Mitzvá o costumbre, la que desees, y obsérvala con toda vigilancia, y tal vez esta Mitzvá te ayude, y te haga volver, como en los buenos tiempos." Las lágrimas del padre mientras decía estas palabras llegaron al corazón de su hijo y éste accedió a su último pedido. No pasó mucho tiempo, y los judíos del pequeño pueblo acompañaron a Reb Yehoshua en su último viaje, y junto a la tumba abierta no había ningún hijo que recitara el Kadish Yatom.

Los talentos de David con el tiempo mostraron su fruto y se convirtió pronto en un hombre muy adinerado. Se construyó una magnífica casa, donde pasaba tiempo con sus amigos en fiestas y jolgorios, hasta olvidar por completo su pasado judío. Una sola Mitzvá lo conectaba con el pasado, que eligió a pedido de su padre, y era la costumbre de comer lácteos en la festividad de Shavuot. El sabor de los productos lácteos de su madre todavía persistía en su lengua y todos los años se preparaba las delicias y diversos alimentos lácteos para comer en la Seudá del Jag.

David tenía un mayordomo gentil, que era su hombre de confianza. Servía a su amo con decencia y lealtad pero su patrón nunca accedió a mostrarle su gran fortuna, que escondía en su habitación. Una vez, el amo olvidó cerrar la puerta de su habitación y el sirviente entró y descubrió allí un enorme tesoro de monedas de oro y diamantes preciosos. Desde aquel día, el asistente no podía calmarse y toda su ambición era quedarse con ese tesoro. Durante largas horas se sentó e ideó cómo sacarse de encima a su amo hasta que finalmente tomó la decisión: envenenar a su amo y enterrarlo, y luego quedarse con todas sus posesiones.

Sobre una fuente humeante, disponía el mayordomo la carne asada que había preparado para su amo, como era su costumbre, y secretamente derramó en el plato un veneno mortal y peligroso, que había comprado en secreto. David se sentó en la mesa, clavó el tenedor en la carne y de repente se detuvo de un sobresalto, como si lo hubiese mordido una serpiente. "¿Cómo lo olvidé"? exclamó: "¡Hoy es Shavuot y suelo comer lácteos este día!" El rostro del sirviente cambió de color y su amo lo percibió. "¡Iré a prepararle unos lácteos entonces!", se apresuró a decir el mayordomo, pero David lo detuvo y le dijo: "No, en este día suelo prepararme mi propia comida". El criado, que ya estaba dirigiéndose a la cocina, se detuvo. El pánico era visible en sus ojos y estaba convencido de que había descubierto su plan. David lo miró asombrado, nunca había visto a su mayordomo actuar de manera tan extraña.

"Sabes qué," se volvió hacia el mayordomo y le dijo: "Una lástima aquella buena carne, cómetela tú mismo." El rostro del sirviente ahora empalideció varias veces e intentó escapar de la habitación, pero David lo sujetó con fuerza y ​​lo encerró en una de las habitaciones de la casa. Luego tomó la carne y la arrojó frente al perro que corría por el patio. Este último se abalanzó sobre la carne con gusto, pero al instante cayó hacia atrás y de su boca brotó un terrible gemido, tras lo cual se quedó inmóvil. "Muerto." David susurró shockeado. De repente todo le vino a la mente. Recordó su pequeña habitación en la aldea, vio ante sus ojos la figura de su padre, suplicando y rogándole, dándole su último mensaje a un hijo rebelde: "Observa hijo mío, aunque sea solo una Mitzve, tal vez te salve y te haga volver al buen camino."

En la noche del Shavuot siguiente, David estaba sentado en el Beit Midrash la noche del Jag, recitando apasionadamente los versículos del Tikon, como queriendo compensar lo que le faltó en todos esos años en los que estuvo lejos del camino. Cuando terminó de decir el Tikun, ya había salido el alba. Cerró el libro, miró la portada y susurró:
זכיתי לתיקון ליל שבועות.
 "Tuve el meríto de hacer un Tikun Leil Shavuot."



Fuente: "Shabat Tish", Vol. 1.
©JasidiNews 

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