En Petersburg a puerta cerrada, los más altos funcionarios del país estaban trazando decretos malvados contra los judíos de Rusia. No había tiempo que perder, por lo que Rabi Menajem Mendel de Lubavitch (conocido como Tzemaj Tzedek), envió a su hijo Shmuel a Petersburg con indicaciones de asegurarse de que el decreto no pasara (no llegara a aprobarse).
Reb Shmuel era el hijo menor del Rebe, sin embargo fue Shmuel el elegido para esta importante misión. Pero no viajó solo. Su hermano mayor, Reb Yehuda Leib, lo acompañó a la capital.
Antes de que se embarcaran en su viaje, Reb Shmuel le hizo una solicitud a su hermano: "Debo insistir en una condición si vamos viajar juntos. Debo pedirte que te abstengas de impartir Brojes a lo largo del viaje. Nuestro padre es el Rebe, y solo él debe ser quien dé bendiciones."
Reb Yehuda Leib estaba acostumbrado a otorgar bendiciones; la gente siempre se reunía a su alrededor a donde quiera que fuera, pidiendo su ayuda en serios asuntos de salud, sustento o cualquiera de los innumerables problemas que los atormentaban en aquellos duros tiempos. Se sintió incómodo frente a la condición que le pedía su hermano, pero bajo las circunstancias, no tenía más remedio que aceptar. Mantener su palabra, sin embargo, no fue tan simple. Las personas estaban acostumbradas a recibir las Brajot de Yehuda Leib, y cada vez que la gente se enteraba de su llegada, acudían en masa para encontrarse con él.
Cada persona venía con una necesidad diferente e igualmente apremiante de una misericordia divina, y cada trágica historia perforaba el corazón amable y compasivo de Yehuda Leib como una flecha.
En cierto pueblo se encontró con una mujer particularmente persistente. Dirigiendose firme a Yehuda Leib, le rogó que la bendiga, llorando de manera implacable.
La mujer desconsolada no tenía hijos, y estaba decidida a no moverse hasta que Yehuda Leib la bendijera con un hijo. Yehuda Leib fue conmovido por sus lágrimas, pero le había prometido algo a su hermano, y por lo tanto se negó firmemente a dar una bendición. Él solo respondió: "Vé de mi padre. Seguramente te bendecirá".
La mujer rechazó semejante respuesta, y su llanto se podía escuchar en todo el pueblo. Finalmente, en absoluta desesperación, exclamó: "¡Vé de mi hermano, tal vez te bendiga!"
El semblante de la mujer cambió de inmediato y pronto apareció ante Reb Shmuel. Toda la escena se repitió, completa con gritos, gritos y amargas lágrimas. Incluso una roca se hubiese disuelto ante un dolor tan palpable, y Reb Shmuel ciertamente no era insensible a su agonía, pero él siguió su propia instrucción, insistiendo: "Vaya a lo de mi padre, seguramente la bendecirá."
La mujer continuó su exigencia llorando hasta que, incapaz de responder más nada, Reb Shmuel recurrió a su hermano y le dijo: "¡Llama al cochero, así podemos irnos!"
El conductor saltó a su asiento e instó a los caballos hacia adelante, pero las ruedas no se movían. La mujer ingeniosa había colocado un palo entre los radios de la rueda y la carreta estaba inmovilizada. Ahora Reb Shmuel alcanzó el límite de su paciencia.
Descendió de la carreta y le exclamó a la mujer: "¡Vaya a comer un bagel!" - un equivalente de "¡Andá a pasear!" en el idioma común de hoy. En un instante, la mujer molesta se fue y los dos hermanos continuaron en paz su viaje hacia Petersburg.
Pasó un año y el incidente con la angustiada mujer fue olvidado. Mientras tanto, el Tzemaj Tzedek había fallecido, y Rabi Shmuel, el más joven de sus siete hijos, se convirtió en su sucesor en Lubavitch. (Su hermano, Reb Yehuda Leib, se convirtió en el Rebe en Kopust). Un día apareció un hombre en Lubavitch ante el nuevo Rebe con dos hermosos pasteles.
"El año pasado le diste a mi esposa una Broje para que tenga un hijo y B"H acaba de dar a luz. Ella me ha pedido que le traiga estos pasteles al Rebe para agradecerle por su Brajá."
"¿Me recordarías aquel encuentro con tu esposa? No puedo recordar que tal incidente haya ocurrido el año pasado."
"Bueno, mi esposa estaba en el pueblo de B. y te rogó que la bendigas con un hijo. Le dijiste: '¡Vaya a comer un beiguel!' Y Rebe, mi esposa corrió a hacer exactamente lo que le dijiste."
"Estoy muy feliz de escuchar tus buenas noticias. Dime, sin embargo, ¿por qué me traes dos pasteles? Seguramente uno era suficiente."
"Ah, Perdón. No conté toda la historia. Verá, usted le dijo a mi esposa que comiera un beiguel, pero ella, de tan ansiosa por la sagrada bendición que se haga realidad, en lugar de uno, se comió dos beiguels, sólo para asegurarse...¡Y funcionó, acaba de tener mellizos!" explicó el alegre y flamante padre.
Rab Shmuel quedó profundamente conmovido por las palabras del hombre. "Que sepas que había un decreto Divino según el cual tú y tu esposa nunca tendrían hijos. Por lo tanto, no podía prometerle un hijo. Fue simplemente por exasperación que le dije que se 'vaya a comer un beiguel'. Pero debido a su pura y genuina fe en la Brajá de un Tzadik, el decreto fue anulado y usted y su esposa han sido bendecidos con hijos."
Fuente: "L'chaim Weekly" (#529)
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