El cochero que golpeó la puerta de la casa del campesino quedó asombrado ante la inesperada reacción y comentario del dueño de casa.
El cochero sólo pidió una vasija para extraer agua del pozo. Le comentó al dueño de casa que un rabino importante estaba sentado en su carreta. El gentil respondió: "Hasta esta semana cuando me encontraba con un rabino, lo respetaba; pero ahora dejé de respetar a los rabinos."
El rabino sentado en el carruaje era Rab Yosef-Dov Soloveitchik, el Gaón de Brisk. En aquellos días se desempeñaba como rabino en la ciudad de Slutsk y solía impartir clases (Shiurim) en la reconocida ieshivá de Volozhin.
El motivo de su viaje era un decreto de las autoridades gubernamentales, que querían obligar a implementar en las Yeshivot estudios seculares. Los directivos de la Yeshivá organizaban una reunión de urgencia con los Roshei Yeshivá, incluyendo al Rab Yosef-Ber.
El Gaón sin considerar la molestia que implicaría el viaje partió inmediatamente. Le colocaron almohadas y mantas en la carreta para aliviar un poco las agotadoras sacudidas del camino. Viajaron durante cuatro días hasta llegar a Ivanich, un pequeño y remoto pueblo, y allí estacionaron la carreta cerca de la casa del granjero.
Cuando el cochero le transmitió al Gaón las palabras del gentil, éste pidió que lo llamara. Rab Iosef-Dov pidió escuchar de él qué le hizo dejar de respetar a los rabinos.
El gentil respondió: "La semana pasada fui testigo de la testarudez y dureza del corazón de los judíos hacia sus propios hermanos, y desde entonces no guardo ningún respeto por los judíos y sus rabinos."
"Por favor, cuénteme qué pasó", preguntó el Gaón, y el gentil comenzó su relato:
"Soy leñador. Como parte de mi trabajo, conozco a Itzjok, un judío que vive solo en la punta del bosque y se dedica a arreglar techos. Cuando el frío del bosque penetraba hasta mis huesos, yo entraba a su casa y él me servía un vaso de mashke que me restauraba el espíritu y calentaba un poco mi cuerpo helado.Yo aprecio mucho a este hombre sencillo y bueno.
"La semana pasada, cuando fui a visitarlo, me quedé muy mal. Una grave enfermedad lo confinó y lo dejó en cama y no había nadie en casa que lo asista y le brinde ayuda.
"Salí de la casa y galopé en mi caballo hasta el pueblo más cercano. Pedí que me indicaran la casa del rabino del pueblo. Le hablé del judío que yacía solo y enfermo en su casa. El rabino respondió: '¿Y qué puedo hacer yo?' Pensé que no me estaba entendiendo. Volví a explicarle que hay un judío que está muy grave, y que sin tratamiento morirá pronto. El rabino me dijo que no tiene a nadie a quien enviar y que no tiene forma de ayudar en algo.
"Salí de su casa decepcionado y triste. Si así es como los judíos tratan a sus hermanos, ¡¿por qué debería mostrarles respeto?!"
Rab Yosef-Ber preguntó inmediatamente: "¿Dónde vive ese judío?" Le pidió al granjero que lo acompañara hasta la casa.
Pero entonces se despertó el acompañante del Gaón, a quien no le gustó el cambio en el plan de viaje.
"Rab, estamos en camino a Volozhin, a una asamblea que concierne a todo Am Israel, y ahora usted se va ocupar de un solo judío en una pequeña aldea?!"
"Te explicaré", le respondió el Rab "La utilidad y consecuencia de la asamblea es cuestionable. No se sabe si lo lograremos o no. Pero aquí tenemos ante nosotros un caso definitivo y evidente de Pikuaj Nefesh. El gentil nos lo cuenta inocentemente y debemos creer en su testimonio: Cualquiera que salva un alma de Israel es como si salvara un mundo entero."
"¿Cuál es únicamente el tema?", continuó Rab Yosef-Ber, "con esto perderemos el Kabod y honor de sentarme a la cabecera de la asamblea. Nu, cedo ese Kabod, siempre que pueda salvar una Neshamá de Israel."
Cuando llegaron a la casa del judío, lo encontraron en una condición muy grave. Rab Yosef-Ber inmediatamente se dispuso a atenderlo. Le proporcionó comida caliente, envió a su carretero a buscar un médico y medicinas e invirtió todas sus fuerzas en tratar de salvarlo de la muerte.
El hombre era sumamente pobre y humilde y ni siquiera tenía una almohada para ponerse debajo de la cabeza. Rab Yosef-Ber trajo de su carruaje las almohadas y mantas y las dispuso sobre la cama del enfermo. También le regaló su abrigo de piel.
Durante tres días permaneció a su lado y le dio de comer. Sólo cuando recuperó sus fuerzas aceptó salir de la casa y continuar su viaje. Cuando el asistente sugirió a Rab Yosef-Ber que él le dejaría su abrigo al judío en lugar del abrigo del rabino, se negó y dijo: "¿Por qué sufrirías vos por mis mitzvot..."
Sin abrigo sin almohadas ni mantas, Rab Yosef-Ber salió de la casa del judío y se dirigió a Volozhin. "Si la Hashgaja Pratit ha llevado a esto, esto es lo que quieren del Shamaim", afirmó. En la práctica, logró llegar a tiempo a la reunión e incluso la presidió.
Pasó como medio año. En las calles de Slutsk apareció un judío desconocido, con un gran saco en la mano, buscando la casa del rabino.
"¡Usted me salvó la vida!", exclamó emocionado frente al rabino Yosef-Ber. Entre lágrimas agradeció la atención y entrega y vino a devolverle al rabino las almohadas, las mantas y el abrigo de piel que el rabino le había dejado. Sin embargo, Rab Yosef-Ber se negó a aceptarlos. "Te los entregué como regalo", dijo.
"Si es así, yo también se lo daré al rabino como regalo", dijo el judío. El Gaón respondió: "Eres un judío de bajos recursos y no puedo aceptar un regalo tan caro de tu parte." Todas las súplicas fueron en vano y el judío regresó a su casa con todas las cosas que Rabí Yosef-Ber le había dejado.
Fuente: Sijat Hashabua Shemot 5784, #1391
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