Un visitante frecuente de la casa de Rab Israel Abujatzira comentó una vez que siempre se sorprendía por la cálida hospitalidad que era el sello distintivo en la casa del Baba Sali. Este hombre fue testigo de cómo miles de personas pasaban por los portales de este santo hogar y a todos se les ofrecía comida o bebida. Esto comenzaba temprano en la mañana y continuaba hasta altas horas de la noche. Muchos de los visitantes también eran invitados a comidas completas.
Dentro suyo, empero, se preguntaba por qué el Rav trataba a todos sus invitados con tanta generosidad y honor. Le parecía un gran desperdicio. Ni siquiera los ricos mostraron tal despliegue.
Una noche, Baba Sali invitó a este visitante a que pasara la noche. El joven así lo hizo, sin entender exactamente lo que quería el Rav.
A la mañana siguiente, después de la Tefilá de Shajarit, Baba Sali llamó al hombre a su lado, abrió una Guemará (Talmud Babli, Ketubot 67a) y comenzó a leer:
Un hombre muy pobre acudió a Rava [el gran sabio talmúdico] en busca de una ayuda económica. Rava primero desafió al hombre: "Si eres tan pobre, ¿por qué siempre te deleitas con las comidas más exóticas y los mejores vinos? ¿Por qué no consideras a las personas que te dan caridad y que tuvieron que pagar por toda esta costosa comida? ¿Por qué no comes alimentos más sencillos y no causas tantos problemas a todos?
El pobre escuchó las amonestaciones de Rava y dijo: "Si Él creó el alimento y está disponible, ¿por qué debería rechazar la generosidad del Creador?"
En ese mismo instante, llegó la hermana de Rava. No había visto a su famoso hermano, el gran y santo Rava, durante mucho tiempo, y le había traído regalos: comidas exóticas y excelentes vinos.
Tan pronto como Rava vio esto, puso la mesa y le sirvió al pobre, diciendo: "Ésta es una señal del Cielo de que realmente has sido destinado para comer tales alimentos, tal como dijiste, así que come a gusto y saciate."
Baba Sali cerró la Guemará y se volvió hacia el joven.
"Sepan que todo lo que me han dado", dijo, "no es para mí, sino para aquellos que estaban en mi casa en ese momento. Esta casa no es mi casa; es la casa del de Arriba, y todo Su pueblo es bienvenido a venir y comer hasta saciarse. Y es por eso que hay tanto; ¡es todo de ellos, no mío!"
El invitado, que nunca le había contado a Baba Sali ni a nadie sus dudas, se quedó allí de pie asombrado, sin poder decir una palabra.
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