Ni en el agua ni en el fuego
Simjat Torá 5730, 1969
Un joven de 14 años observa atentamente a un hombre que bailaba como si no hubiera ninguna preocupación en el mundo. Sus pies se mueven a un ritmo que sólo su alma podría producir. Parece una llama, flameando una y otra vez, alcanzando un lugar más allá de todo lo que jamás haya conocido. "Wow," el muchacho piensa para sí mismo: "¿Cómo puede estar tan alegre ese hombre?"
"¿Cuál hombre?"
Sorprendido, el joven de 14 años no se dio cuenta de que había dicho esa pregunta en voz alta.
"¿Cuál hombre?" Su padre le pregunta de nuevo.
"Ese hombre", el joven señala al bailarín dando vueltas. "Debe ser el hombre más feliz del mundo."
Cuando su padre mira hacia donde señala su hijo y ve al hombre de barba negra con cinco niños a cuestas, sus ojos se llenan de lágrimas y suspira. "Ese hombre acaba de perder a su joven esposa, hace apenas seis días."
"Pero entonces, ¿cómo puede estar tan feliz, cómo es posible que baile así?"
"Porque hoy es Simjat Torá y es una Mitzvá bailar y estar alegre. Esto es lo que hace un yehudi; esto es lo que hace un verdadero jasid."
Aunque esta historia ocurrió antes de que yo naciera, la he oído muchas veces.
Era el año 5730 (1969) y, el segundo día de Sucot, un joven de 42 años perdió a su esposa (a causa de una leucemia ר"ל). Como era la costumbre, ya instituida por el Lubavitcher Rebe, cada año, en Simjat Torá, cientos de jasidim caminan y van, cerca y lejos a donde sea, a celebrar con yehudim de las sinagogas de toda Nueva York. Este hombre era uno de esos jasidim. Cada año, en Simjat Torá, llevaba a sus hijos pequeños a una pequeña sinagoga en East Flatbush donde bailaban con la Torá y se regocijaban con la comunidad. Ese año, 1969, aquel hombre joven hizo lo mismo (como todos los años). La abuela de los niños, la madre de su madre, los vistió con sus mejores ropas y los envió con su padre a East Flatbush.
Fue allí, en ese pequeño Shul, donde tuvo lugar este diálogo entre padre e hijo.
Después que terminó el baile en East Flatbush, el hombre con sus hijos regresaron caminando a Crown Heights. Dejó a sus hijos menores en casa con su abuela y se apresuró a ir a 770, donde el Lubavitcher Rebe estaba en medio de un Farbrenguen. Cada año, en Simjat Torá, antes de las Hakafot, el Rebe llevaba a cabo un emocionante Farbrenguen, en el cual hablaba durante varias horas, desarrollando las energías intrínsecas de Simjat Torá y de las Hakafot. El Farbrenguen consistía de varias charlas, cada una de ellas marcada por el canto de un Nigun, una melodía jasídica que a veces se remonta a cientos de años. El hombre de quien estamos hablando era uno de los que comenzaban los Nigunim en los Farbrenguen del Rebe.
El Shul en 770 Eastern Parkway estaba abarrotado hasta el techo; la gente se aferraba a las gradas y vigas tal como se aferraban a cada palabra del Rebe. Cuando el Rebe terminó un segmento de su Sijá, toda la multitud miró al jasid que acababa de enviudar para ver si comenzaría una melodía. Lo que ocurrió en esos instantes fue una de las experiencias más dramáticas en la vida de quienes asistieron a ese Farbrenguen. Un excepcional momento de la verdad...
Del silencio y susurro suspenso en el aire de miles de personas, su voz suave pero desafiante comenzó a cantar:
"אוּו ווָאדיֶע מִי ניֶע פַּאטָאנִים,
אוּו אָגְניֶע מִי ניֶע זְגַארִים"
"Mi vadiem nye patonym, ub ognie mi nye sgarim", una vibrante melodía rusa jasídica que significa: "En el agua no nos ahogaremos, y en el fuego no nos quemaremos." El Rebe levantó la vista y miró fijamente al hombre, con una mirada penetrante y cómplice que es imposible de describir. De repente, el Rebe se levantó de su silla, empujándola hacia atrás con tal fuerza que casi se cae. El Rebe comenzó a bailar en su lugar, balanceándose hacia arriba y hacia abajo, balanceándose hacia adelante y hacia atrás, con increíble intensidad y pasión. Quienes estuvieron presentes cuentan que en todos estos años el Rebe nunca bailó -nunca antes y nunca después- de tal manera.
Mientras el Rebe movía sus brazos, dirigiendo el canto, la multitud se energizó cada vez más, cantando al unísono: "Ni en el agua nos ahogaremos, ni en el fuego arderemos! Ni en el agua nos ahogaremos, ni en el fuego arderemos!" Cantaban cada vez más y más rápido, como si estuvieran en trance.
Las personas presentes describieron más tarde la increíble visión de este frágil hombre que acababa de experimentar una devastación total, balanceándose hacia adelante y hacia atrás - rodeado por oleadas de gente, guiado por el propio Rebe - cantando: "Ni en el agua nos ahogaremos, ni en el fuego arderemos", nada puede vencer nuestro espíritu - como si Di-s no acabara de llevarse a su esposa, como si fuera el hombre más feliz del mundo.
Todos se derritieron en el baile y la canción. La alegría y las lágrimas se disolvieron en una danza trascendente; una danza que capturó la esencia de la alegría y el dolor, el éxtasis y la agonía: el núcleo indestructible de la vida misma. En ese momento todo y nada tenía sentido. _"Mi Vadiem Nye Patonym, Ub Ognie Mi Nye Sgarim"_, "Ni en el agua nos ahogaremos, ni en el fuego arderemos."
Momentos como ese se congelan en el tiempo.
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20 años más tarde - 5750, 1989
Entra una llamada telefónica a una importante organización infantil judía en Crown Heights: Tzivot Hashem.
"Hola", dice la voz al otro lado de la línea. "Soy fulano de tal y me gustaría patrocinar los programas infantiles de Simjat Torá."
"Ok, perfecto", responde alegremente el hombre empleado en la organización. "Pero, si se me permite preguntar, ¿por qué tiene este interés particular en los programas infantiles de Simjat Torá?"
"Bueno, verás, cuando yo era niño, cada Simjat Torá mi padre y yo íbamos a una pequeña sinagoga en East Flatbush para celebrar. Un año, cuando tenía catorce años, mientras observaba a las pocas personas bailando en la ronda, noté a un hombre que parecía tan feliz, como si todo en el mundo fuera perfecto. Me quedé allí estático, preguntándome cómo este hombre podía irradiar tanta alegría. Le hice esta pregunta a mi padre, y mi padre me informó lo siguiente: "Este hombre acaba de perder a su esposa, pero dado que es un verdadero josid y la Torá dice que uno debe alegrarse en Simjat Torá, él está alegre. Esto me dejó una gran impresión: que un judío pudiera dejar de lado todo su dolor y sufrimiento y estar alegre sólo porque alegrarse es una Mitzvá era algo simplemente increíble para mí, así que (ahora que b"h estoy trabajando etc) decidí que me gustaría ayudar a otros niños a celebrar la felicidad y la alegría de Simjat Torá."
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17 años más tarde: 5767 - 2006
El 23 de Jeshvan del 2006, el hombre de esta historia, Reb Tzvi Hirsh Ganzburg, quien perdió a su esposa en 1969, se re-encontraría con ella para acompañarla en el Olam Habá. Sin embargo, sus nietos, su "vida", siguen vivos. Han formado familias y comunidades, han cambiado la vida de muchísimas personas y continúan haciendo del mundo un lugar mejor.
La historia de aquel jasid joven me ha enseñado mucho: incluso en los momentos más tristes, incluso cuando todo parece perdido, con un poco de alegría, un poco de baile, todo puede cambiar.
Y es cierto: "Ni en el agua nos ahogaremos, ni arderemos en el fuego."
¿Cómo lo sé?
Porque yo mismo soy la prueba viviente. Mi madre era la menor de aquellos cinco niños que caminaban con su padre hasta ese pequeño Shul en East Flatbush 42 años atrás.
Por Mendel Jacobson
Traducido por JasidiNews©
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