Jacques empezó a venir a mí en mis sueños. Dice que está sufriendo. Me ruega que haga algo. ¡Tengo que hablar con el rabino! ¡Por favor!" La mujer se echó a llorar.
Jackeline A. tenía todo lo que una mujer joven podría desear. Su vida era feliz. Se ganaba la vida (dejándole un buen sustento) con su trabajo como diseñadora independiente, y estaba por casarse con Raúl, un hombre bueno y agradable. Ya habían comprado una casa en el conurbano bonaerense y se disponían a vivir en ella después de la boda.
Había solo un problema. Jackeline procedía de un hogar judío, aunque sin afinidad en absoluto a la tradición, y Raul era católico. Ambos no se sentían comprometidos con su religión y no consideraban nada malo entablar matrimonio.
Una diferencia angustiante, bastante extraña, es lo que único que perturbaba la calman de Jackeline en su su proyecto de matrimonio. Le molestaba y se sentía agobiada por la costumbre judía de 'Kever Israel': recibir un entierro judío acorde a la ley.
No podía recordar cuándo escuchó que era tan importante que un judío fuera enterrado en un cementerio judío, pero este asunto le causaba preocupación. ¿Qué pasará si ella se va antes que su esposo? ¿Le dará un entierro judío, como dice la la costumbre?
Cuando estos pensamientos cruzaban por su mente, los rechazaba. Se concentraba en su trabajo y en los preparativos de su próxima boda.
Un día, le ofrecieron a Jacqueline cierto trabajo en una sinagoga y centro comunitario judío local. La tarea era preparar algunos trabajos de publicación, y para eso ella se sentó en la oficina de la sinagoga y preparó las publicaciones de manera eficiente y profesional.
Al tercer día de su trabajo, la secretaria del rabino la llamó. "¿Te puedo pedir un favor? Mañana tendré que estar en otro lado. Te agradecería si pudieras reemplazarme por un día." Jacqueline accedió con mucho gusto.
La secretaria detalló el trabajo que se le exigiría: “Atender el teléfono y tomar nota de los mensajes. Si alguien viene a ver al rabino, pídele que llene este formulario, indicando su nombre, dirección y número de teléfono. Llévale le el formulario al rabino, y si tiene tiempo, lo recibirá, si no, me comunico con él al día siguiente."
"Y una cosa más", agregó la secretaria. "No sientas necesidad de entrar en discusiones con la gente. Muchos vienen a volcar sus problemas y dificultades. No dejes que descarguen todo sobre ti. Pídeles que esperen una reunión con el rabino."
Al día siguiente, Jacqueline se sentó en la silla de la secretaria y pasó la mañana contestando teléfonos. A las 12 del mediodía se abre la puerta. Una mujer de unos setenta años entró en la oficina. Se veía que estaba alterada.
"Por favor, señora, necesito ver al rabino", dijo la mujer. "Como no,", respondió Jacqueline, "por favor, llene este formulario mientras tanto."
La mujer tomó el formulario y comenzó a hablar. "Sabes, estoy tan preocupada que no sé qué hacer. No puedo dormir por la noche. Tengo pesadillas. Siento que cometí un crimen terrible."
"Está bien", dijo Jacqueline. "No hace falta que me lo cuente. El rabino se reunirá con usted. Él podrá ayudarla."
"Verás," continuó la mujer, ignorando la respuesta de Jacqueline. "Viví toda mi vida en Buenos Aires. Jack, mi esposo y yo estuvimos casados por más de cincuenta años. Él era un buen hombre y murió el año pasado. Éramos muy unidos. Él era judío y yo no lo soy. No fue este un dato relevante. No hizo nada judío. Pero antes de morir me dijo: 'Por favor, enterrame en un cementerio judío. Es importante eso para mí.'
“Después de su muerte no supe qué hacer. ¿Cómo cumplir su última voluntad? ¿Con quién hablar? Estaba completamente sola. Y así fue que lo terminé enterrando en el cementerio de La Recoleta en la calle Junin. Quise cumplir con su pedido, pero simplemente no pude."
Los ojos de Jacqueline se abrieron de par en par. Un escalofrío sacudió su cuerpo. No podía creer lo que oía. La mujer continuó su relato:
"Y ahora Jack comenzó a aparecerme en sueños. Dice que está sufriendo. Me ruega que haga algo. ¡Tengo que hablar con el rabino! ¡Por favor!". Ella quebró en llanto.
Jacqueline trató de calmarla. "No llore. Todo estará bien. El rabino la recibirá pronto." Le entregó a la mujer un paquete de pañuelos y llevó el formulario a la oficina del rabino. Un minuto más tarde salió de la oficina para invitar a la mujer a pasar, pero la habitación estaba vacía. La mujer se había ido.
Jacqueline la esperó atentamente durante todo el día, pero la mujer no regresó. Tampoco apareció al día siguiente. Jacqueline trató de comunicarse con ella, pero el número de teléfono que figuraba en el formulario era incorrecto. Más tarde trató con la secretaria de ubicar su número en una guía telefónica, pero sin éxito. Incluso en la dirección registrada en el formulario no vivía ninguna mujer con ese nombre. El asunto quedó en el misterio.
Pero este suceso causó una transformación en el alma de Jacqueline. Empezó a reconsiderar no solo su futuro, sino también su presente. No pasó mucho tiempo y decidió cancelar la boda.
Empezó a venir al Beit Hakneset y a estudiar acerca del judaísmo. Tiempo después hizo Aliá y se anotó en un seminario de habla hispana en Ierushalaim. Con el tiempo, se casó con un hombre Iere Shamaim y hoy está criando una familia judía en Ir Hakodesh.
(De 'Elíahu Hanabi en la Tajaná Merkazit', del Dr. Eliezer Shur, él y su esposa conocen personalmente la historia de Jacqueline)
Fuente: Sijat Hashabua #1903 (Jukat 5783)
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