Rab Yosef Jaim, el eminente sabio de la Torá de Bagdad, comúnmente conocido por el nombre de su libro más popular, "El Ben Ish Jai". Aunque no fue el rabino principal de la ciudad, se desempeñó como rabino principal allí durante 50 años hasta su fallecimiento en 1909, y fue respetado por todos. Sus sermones atrajeron a miles, admirado por los más grandes y también por los más sencillos. Además, su casa siempre estuvo abierta de par en par a los necesitados para lo que sea que necesiten.
Un día, una fuerte discusión entre dos hombres enojados presentándose en su Beit Din (tribunal rabínico) perturbó la tranquilidad de la mañana. Quienquiera que hubiera entrado se habría sorprendido de lo que veía. La apariencia de los litigantes, uno frente al otro era bastante inusual. Uno era un hombre pobre, miembro de la comunidad judía local; el otro, un árabe, también local, pero con una mala y turbia reputación.
El árabe era el demandante, el judío el demandado. De pie ante el Ben Ish Jai para presentar su reclamo, el árabe afirmó que el judío le había robado un monto muy importante de dinero y se negaba a devolvérselo.
“Fuimos a la corte iraquí”, dijo, “allí el judío negó la existencia de algún préstamo. El juez falló a su favor, ya que yo no tenía pruebas para mi reclamo. Por eso le pedí que viniera al Beit Din del Rav. Esperaba que tal vez aquí admitiera su culpabilidad".
El Ben Ish Jai escuchó atentamente, observando a ambos hombres con atención. Después de escuchar el testimonio del árabe, solicitó hablar con el judío en privado. mirándolo a los ojos, preguntó: "¿El dinero de ese árabe se encuentra en tu posesión?"
El judío fue incapaz de ser tan descarado parado frente al Ben Ish Jai. Bajó los ojos y admitió: "Sí. Es cierto. Quise devolverle el dinero, pero soy pobre, no tengo idea de dónde sacar el dinero para dárselo. Por eso negué la deuda en el tribunal; sabía que si lo admitía pero no devolvía el dinero de inmediato, me llevarían a la cárcel."
El Rav luego convocó al árabe. La habitación estaba en silencio, el Rav estaba sumido en sus pensamientos. Sabía que tenía que encontrar la forma de devolverle el dinero al demandante.
Finalmente, abrió un cajón de su escritorio, sacó un fajo de billetes, se los tendió al árabe y dijo: "Dado que 'Todo Israel es garante y responsable el uno por el otro', pagaré la deuda de este judío. Cuando su situación mejore, él me devolverá el dinero."
Este noble gesto del Ben Ish Jai lo impresionó mucho al árabe. Consciente del estado de las finanzas del judío pobre, era obvio que el dinero no sería devuelto en un futuro próximo... si es que alguna vez lo sería. El árabe expresó su admiración por la rectitud de los jueces rabínicos judíos y regresó a casa feliz y satisfecho.
* * *
Pasaron los años. El Ben Ish Jai se hizo aún más famoso y ahora era el principal de todos los rabinos de Babilonia. Desde países muy lejanos, le enviaban preguntas sobre Halajá (la ley judía).
Sin embargo, a pesar de su prestigiosa situación, anhelaba dejar su país natal y mudarse a la amada Eretz Hakodesh. Un ejemplo de su anhelo era su costumbre de enviar escrupulosamente todos los manuscritos de sus muchos libros a Ierushalaim, para que se imprimieran allí exclusivamente.
Finalmente, el 25 de Nisan del año 1868, decidió hacer realidad su sueño, dejando Bagdad con su hermano y algunas familias adineradas para viajar a Eretz Hakodesh.
El camino, que atravesaba desiertos, estaba plagado de peligros. La mayor amenaza provenía de las bandas de ladrones que solían asaltar a los viajeros. Nadie cruzaba el desierto solo, sino que esperaba la reunión de grandes caravanas. Estos salían acompañados de guardias.
Cuando Ben Ish Jai y sus compañeros de viaje se unieron a una caravana, descubrieron que esta caravana viajaba también en Shabat. El Ben Ish Jai decidió renunciar a seguir viaje con ellos o con cualquier otra caravana, y buscaron a un beduino que, por una cantidad respetable de dinero, los guiara, deteniéndose el viernes hasta después del Shabat. Se las arregló para encontrar una persona adecuada que estuvo de acuerdo con las condiciones, aunque no muy fácilmente, y partieron hacia el desierto.
El viernes por la tarde, en medio del desierto, el Ben Ish Jai anunció que allí descansarían y pasarían el Shabat. Le pidió al beduino que se detuviera, pero este último hizo como que no escuchó. Luego, empezó a gritar que era un lugar muy peligroso, lleno de bandas de ladrones. Se negó a quedarse allí durante un período completo de 24 horas.
Sin una palabra, el Ben Ish Jai y sus compañeros desmontaron de sus camellos, acomodaron su equipaje para el próximo Shabat y encendieron las velas de Shabat antes del atardecer.
Rechinando los dientes consternado, el beduino también tuvo que quedarse. Sin embargo, por temor a un posible ataque de ladrones, se alejó del grupo y se escondió detrás de unas rocas desde donde observaba al Ben Ish Jai y su grupo.
El Ben Ish Jai rezó la Tefilá de "Kabalat Shabat" con gran devoción, después de lo cual recitó el Kidush con una hermosa melodía. Durante la comida cantó las Zemirot (canciones especiales de Shabat).
De repente, el beduino escuchó un sonido sigiloso. Volviendo la cabeza en esa dirección, vio una banda de bandidos musulmanes que se dirigían silenciosamente hacia los judíos.
La sangre se congeló por sus venas. No dudaba de lo que iba a pasar a continuación frente a sus ojos... Conteniendo la respiración, vio que el líder de la pandilla se adelantaba y se acercaba al grupo desprevenido.
Unos minutos más tarde, notó que el líder de los ladrones de repente hacía un paso hacia atrás y les hizo una señal al resto para que también se retiraran. Obedecieron a regañadientes, molestos porque les estaba negando la presa fácil que habían encontrado por casualidad.
El beduino sorprendido escuchó al hombre explicarle a sus camaradas que el líder de los viajeros judíos era un gran y santo Rabino, quien lo había apoyado en una situación financiera difícil pagándole de sus fondos personales el dinero que le debía otro judío. Bajo ninguna circunstancia permitiría que ninguno de ellos le hiciera daño.
Después de que los ladrones desaparecieron, el beduino salió corriendo de su escondite con gran emoción. Cayó a los pies del Ben Ish Jai y le pidió perdón, porque ahora se dio cuenta aún más de la persona excepcional que era.
Después de Shabat continuaron su camino, llegando pronto a Eretz Hakodesh. El Ben Ish Jai visitó el Keber de los santos patriarcas y otros lugares sagrados. Durante este tiempo, se le ofreció el puesto de Rishon LeZion (Gran Rabino Sefaradí), pero decidió no aceptarlo.
A fines del mes de Elul de ese año regresó en paz a su hogar en Bagdad, donde vivió hasta su fallecimiento a los 75 años el 13 de Elul del año 5669.