"¡Suficiente!" El Shpoler Zeide exclamó. "¡Esto pasó todos los límites!"
Sus jasidim de una zona rural a las afueras de Shpole habían estado sufriendo durante años bajo el pesado yugo de su cruel Poritz (propietario e intendente), un miembro de alto rango de la nobleza de Polonia, que era dueño de todas las tierras en aquella área. Constantemente aumentaba los alquileres de sus casas y de sus negocios. Pero eso también hacía con sus inquilinos no judíos. Lo que más dolió fueron sus viciosos giros antisemitas. A los judíos que estaban en deuda con él los hacía cantar y bailar frente a sus amigos aristocráticos durante sus fiestas de borrachos, para que pudieran divertirse riéndose de los judíos. Había intentado obligarlos a abrir sus negocios en Shabat. Pero su depravación más reciente fue la peor: había emitido una ley que en todos los edificios en sus extensas propiedades, tenía que colgar una imagen de "aquel hombre" de Nazaret, alrededor del cual se basa la religión gentil.
Con el paso de los años, cada vez que alguno de estos inquilinos judíos estaba en Shpole, le pedían al Rebe que los bendijera y rezara por su alivio de este tirano antisemita. Pero esto ya fue demasiado. Era impensable. Se reunieron todos como uno y viajaron juntos a lo del Shpoler Zeide. Cuando el tzadik escuchó este último suceso, se puso furioso.
"He esperado mucho tiempo para que ese malvado hombre cambie sus malos caminos. Pero esto es intolerable. Le tienen que dar una lección. Es hora de que escuche los Diez Mandamientos. No hay otra opción".
Los jasidim que lo rodeaban estaban asombrados por sus palabras. No tenían idea de lo que tenía en mente. Pero antes de que alguien pudiera juntar coraje para pedirle una interpretación, el Rebe ya había comenzado a hablar de nuevo.
"Escuchen atentamente, por favor; esto es lo que deben hacer. Sé que todos los años para Shavuot todos ustedes viajan a la gran ciudad para celebrar el Yom Tob con una gran congregación. Este año no se vayan. En cambio, quédense en casa y reúnanse en la propiedad más grande que tenga el Poritz, para llevar a cabo allí las Tefilot y las celebraciones del Jag.
"Antes del Yom Tob, envíen una pequeña delegación al Poritz, cuéntenle sobre sus preparativos e invítenlo a que venga a escuchar los rezos festivos de la mañana y que traiga a todos sus nobles amigos con él.
"En cuanto a ustedes, prepárense y purifíquense apropiadamente para la sagrada ocasión del Recibimiento de la Torá. Yo también me sumaré y me reuniré con ustedes. Así que ahora, vayan a casa en paz y no se preocupen."
El asombro de los oyentes no disminuyó en absoluto al escuchar tales instrucciones. De hecho, aumentó, sin embargo nadie tuvo el descaro de pedirle una explicación al Tzadik. Rápidamente salieron de la habitación del Rebe y se apresuraron a casa, ansiosos por cumplir las indicaciones del Rebe.
Los aldeanos que fueron a invitar al Poritz tuvieron una agradable recepción, para su sorpresa. Aceptó felizmente su pedido. Habiendo escuchado a algunos judíos cantando sus rezos antes, pensó para sí mismo que toda una congregación de ellos sería un espectáculo bastante entretenido para él y sus compañeros aristócratas. Le prometió a los inquilinos que él y sus colegas definitivamente asistirían. Luego los despidió e inmediatamente lanzó los preparativos para una gran fiesta para todos los aristócratas polacos en la región, lo más destacado sería el espectáculo del rezo judío que se llevaría a cabo en los terrenos que había arrendado a uno de sus inquilinos. Las invitaciones que envió incluyeron su promesa de una "sorpresa muy divertida".
El Shpoler Zeide llegó temprano en el día de Erev Shavuot, con una gran cantidad de jasidim que lo acompañaban. Rápidamente se dieron cuenta de que no habría suficiente espacio en la hacienda para tanta gente. El Rebe les dijo que fueran a la colina cercana y levantaran un gran carpa allí, debajo del cual colocarían una plataforma con una mesa para la lectura de la Torá.
Llegó la mañana de Shavuot. Las tierras cubiertas de hierba alrededor de la colina estaban colmadas de cientos de Yehudim, esperando con nerviosa anticipación para ver qué pasaría. Un número significativo de gentiles, todos los duques, condes y señores feudales, y otros ricos y nobles de la región, también esperaban ansiosos, esperando la maravillosa sorpresa que su anfitrión les había prometido.
El Rebe se acercó a la plataforma para ser él mismo quien dirija las Tefilot. Un silencio cayó sobre la congregación. Los judíos comenzaron a rezar con entusiasmo. Los gentiles, viendo a un anciano con una larga barba cubierto de la cabeza a las rodillas con un manto blanco de gran tamaño con hilos colgando de él hasta el suelo, cantando en voz alta las palabras de las oraciones mientras todo su cuerpo parecía estar temblando, los hizo reír de buena gana. Pero cuando gritó con una voz extraordinariamente poderosa, "
Shema Isroel ... Ejad", sus risas cesaron al instante. Era como si un león hubiera rugido. Estaban sumidos por un terror. Intentaron disimularlo con sonrisas nerviosas. ¿Cómo podía un judío insignificante y absurdo hacerles tener miedo? Pero no lograban librarse de aquel pavor mientras la voz del Shpoler Zeide continuaba reverberando desde la ladera, hasta que, unos minutos después, los judíos rezando se quedaron absolutamente quietos, parados y en silencio.
La repetición de la Amidá festiva fue seguida por el alegre canto de Hallel y el canto de las Akdamot. La alegría de la festividad era palpable. El Rebe indicó con un gesto que el Sefer Torá fuera sacado y enrollado a su posición correcta en la porción de la Torá de Itró para la lectura de Shavuot (Shemot 19-20). Luego miró a la multitud que lo rodeaba, girando lentamente la cabeza. Estaba claro que estaba buscando a alguien. Su mirada finalmente se posó en un hombre alto, de aspecto muy distinguido, quien nadie (más) parecía conocer. El Shpoler Zeide lo convocó para que sea el Baal Koré (el lector de la Torá).
Todos murmuraban sorprendidos, pero pronto se sintieron complacidos por la elección. La voz del invitado era musical y poderosa. Cuando llegaron a la sección de los Diez Mandamientos, la atmósfera cambió radicalmente. Había sido una hermosa y clara mañana de primavera. El sol brillaba intensamente y el cielo era una hoja sólida de color azul pastel, sin una nube a la vista. De repente, los cielos se oscurecieron, y tremendos truenos resonaron sobre ellos. El miedo se apoderó de todos.
La voz del lector se elevó en volumen e intensidad. "Yo Soy tu Di-s que te sacó de Egipto". Un judío se paró junto al Poritz para traducirle palabra por palabra, pero sorprendentemente, el hombre se dio cuenta que podía entenderlo directamente, sin ayuda, a pesar de no saber ni una letra de hebreo. "No tendrás otros dioses delante de Mí. No harás ninguna estatua o imagen..." El Poritz temblaba y sentía dolores en su estómago al pensar en cómo pudo haberle exigido a los judíos que pusieran imágenes grabadas de culto cristiano en sus paredes.
Cuando escuchó "
Recuerda el día de Shabat para santificarlo", sus rodillas se desplomaban. Su garganta estaba como ahogada. ¿Por qué intentó obligar a los judíos a abrir sus negocios en su día sagrado? "...
El séptimo día es el santo Shabat para Di-s". Sintió que estaba por desmayarse.
Sus amigos fueron igualmente afectados. También sentían que entendían los mandamientos directamente, como si Lashon Hakodesh fuera su lengua materna. Cada uno pensó en sus pecados y estaban sumidos por el miedo. Sus caras mortalmente pálidas. Varios de ellos se desmayaron.
Después de unos momentos que parecieron una eternidad, la lectura llegó a su fin y los nobles se fueron recuperando. Profundamente avergonzados, se escabulleron de a uno, uno tras otro.
Después del Musaf y la conclusión de las Tefilot, los judíos se sentaron a la tradicional Seudá -comida- láctea. Entre plato y plato, el Shpoler Zeide dijo que ahora explicaría los misteriosos eventos que tuvieron lugar. Los jasidim emocionados escucharon atentamente.
"Les aseguro que su
poritz y el resto de esos nobles recordarán por el resto de sus vidas cómo escucharon los Diez Mandamientos aquí hoy, y nunca más los volverán a afligir. Para lograr eso me vi obligado a molestar a Moshe Rabeinu mismo a venir aquí y que lea la Torá. No tuve elección. Él había ido demasiado lejos. Ustedes tienen un gran mérito, mis amigos, de haber estado aquí hoy."
Los judíos reunidos se miraron con asombro. Pero había mas aún.
"Sepan que su Poritz, el duque, no es simplemente un gentil más, regular. Tiene una chispa del alma de Itró, el sacerdote de Midián, que vino a los judíos en el desierto antes de que lleguen al monte Sinaí y reconoció la existencia de Di-s... y que Israel es Su pueblo elegido."
Esa noche, luego de que terminara el Jag, el duque envió un par de mensajeros a la casa de su inquilino para solicitarle al Rebe que viniera a verlo. El Tzadik estuvo de acuerdo y fue con ellos al castillo. Los dos hombres pasaron horas juntos a solas, a puertas cerradas. A la mañana siguiente, el Shpoler Zeide regresó a su casa. Nunca le contó a nadie de qué había hablado en privado con el Poritz.
A partir de ese día, la actitud del poritz hacia sus inquilinos judíos cambió drásticamente. Pudieron vivir en paz y prosperidad, sin ninguna presión injusta del duque. No solo eso, sino que con su propio dinero pagó y patrocinó la construcción de una sinagoga para los judíos que vivían en sus propiedades. Sin embargo, insistió que se construyera en ese preciso lugar en la colina donde el santo Rabí había venido a rezar.
[Traducido por JasidiNews. Adaptado por Yerajmiel Tilles (publicado por primera vez en la revista Kfar Jabad - Inglés) de Shemu V'tejí Nafshejem # 258.]
Nota biográfica:
Rabi Arieh Leib [? -6 Tishrei 1811], conocido como el Shpoler Zeide ('abuelo', un apodo que le dio el Baal Shem Tov en su Brit Milá), es famoso como un hacedor de milagros y dedicado al socorro y ayuda de los pobres judíos en peligro. En sus primeros años, fue discípulo de Rab Pinjas de Koritz, una figura destacada en la primera generación de jasidim.