Luego del fallecimiento de su padre, Rabi Mas'ud, tomó su lugar y luego de varios años emigró a Eretz Israel, estableciéndose en Netivot. Su casa fue centro de (testimonios de) milagros y maravillas presenciadas de forma cotidiana por aquellos que lo visitaban pidiendo su Brajá.
Cierta vez vinieron los padres de un niño que de nacimiento tenía una discapacidad motriz en sus pies, lamentándose de su situación. Cuando ingresaron al pequeño en la habitación del Tzadik, le indicó que se levante (de su silla de ruedas) y que se acerque. El pequeño intentó disculparse explicándole que no le era posible, más el Rab insistió. Finalmente, se levantó el joven y comenzó a caminar hacia el Rab, mientras todos los presentes presenciaban estupefactos el milagro evidente que acababa de suceder.
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Una mujer vino cierta vez a lo del Baba Sali junto con su hijo que últimamente se había descarriado y alejado del camino de Torá y Mitzvot. Por su apariencia y aspecto aparentaba estar bien distante de todo lo que sea Irat Shamaim, y se notaba además, que su presencia allí, en lo del Tzadik era muy a su pesar y contra su voluntad. Cuando llegó su turno de entrar a la sala del Baba Sali, la madre presentó su hoja de pedido donde volcaba su dolor por su hijo y que no la respetaba ni estimaba como corresponde, despreciándola, etc. Mientras el Tzadik leía la carta, se notaba en su rostro un dolor y pesar y se dijo, como a sí mismo: "Si mi madre estuviera viva, la alzaría sobre mis hombros y bailaría de la tremenda alegría", y mientras pronunciaba estas palabras sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción. Las palabras surtieron un efecto muy conmovedor sobre el muchacho, su corazón se quebró en el instante, estalló en llantos y le dijo allí a su madre: "Mamá! Te pido que me perdones por todo el sufrimiento que te causé!" El rostro del Tzadik volvió a brillar y le indicó a partir de ahora como rectificar su camino, y respetar a sus padres como lo ordena la Torá.
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