Por Asharon Baltazar para Chabad.org
Reb Avraham Lampel, un empresario textil en la Polonia de antes de la guerra, era estrictamente honesto. Registraba diligentemente cada transacción y se mantenía alejado de cualquier cosa que pudiera enredarlo con las autoridades fiscales locales. Durante muchos años, su negocio funcionó sin problemas.
Fue entonces que surgió cierta vez la tentación: una ganga que le permitiría ahorrar una gran cantidad de dinero evadiendo algunos trámites burocráticos. Lo dudó, pero la promesa de dinero fácil lo conquistó.
Reb Avraham rápidamente se dio cuenta de que su decisión había sido un error lamentable, pero las autoridades polacas enseguida arrasaron tras las oficinas sospechosas y arrestaron a todos los involucrados antes de que pudiera salir de la situación. Fijado en tinta oficial, se concertó una fecha para presentarse (su audiencia) ante la corte.
A medida que se acercaba la fecha de la audiencia, surgió otra oportunidad comercial, diferente y no relacionada con el caso. Ante decisiones como estas, Reb Avraham generalmente viajaba a su Rebe, Reb Isajar Dov de Belz, para pedirle una brajá de éxito. Aunque deseaba desesperadamente desahogar su mente perturbada y pedirle una brajá por su pendiente aparición ante la corte, estaba demasiado avergonzado de contarle el sórdido asunto. De mala gana, guardó los problemas legales en su corazón y esperó que la brajá del Rebe para la nueva operación comercial cubriera también sus desafíos actuales.
Reb Avraham recibió la bendición del Rebe y se dirigió hacia la puerta, soltando un suspiro. De repente, el Rebe exclamó: "Si se te presenta la oportunidad de ayudar a alguien, incluso si se tratase de un extraño ordinario del mercado (de la calle), no dudes en hacerlo."
Y con esas crípticas palabras resonando en sus oídos, se despidió de su Rebe.
Reb Avraham nunca había escuchado al Rebe hablar de esa manera. Con los ojos errantes y atentos a cualquier transeúnte necesitado, trató de darle sentido a lo que quiso decir el Rebe, pero no se le ocurría ninguna explicación satisfactoria.
Mientras esperaba el tren a casa, Reb Avraham notó que una mujer caminaba nerviosamente a lo largo de la plataforma. Ella no se veía judía, y estaba claramente preocupada por algo. Reb Avraham se acercó a ella y le ofreció ayuda.
"No, gracias", dijo la mujer cortésmente.
Las palabras del Rebe resonando en su cabeza obligaron a Reb Avraham a preguntarle una vez más, un poco más empático. La mujer suspiró y sacudió la cabeza.
“Mi cartera, junto con mis documentos personales y mi dinero, no están. O los perdí o me los robaron, y no tengo idea de cómo o cuándo desapareció. Pero eso no importa. Ahora, no tengo forma de volver a casa."
“¿Cuánto necesita para el viaje?”, Preguntó Reb Avraham.
“Veinticinco zloty. Por lo menos."
Sin dudarlo un momento, Reb Avraham sacó su billetera, contó 25 zlotys, agregó algunos más y colocó el dinero en su palma abierta.
"Que tenga un buen viaje", le deseó con una sonrisa.
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas. Tan pronto como pudo hablar, le insistió a Reb Avraham que le pasara sus datos para poder devolverle el dinero, pero él simplemente sonrió amablemente y le deseó lo mejor. Al negarse a dejar a esta buena alma con las manos vacías, la mujer le entregó su tarjeta, le agradeció nuevamente y se fue.
Reb Avraham examinó la tarjeta y advirtió que la mujer se desempeñaba como juez en Lviv, conocida para los Yehudim como Lemberg y para los polacos como Lwów. La información no significaba nada para él, así que cuando metió la tarjeta en su billetera, se olvidó por completo.
***
Reb Avraham sudaba bajo su traje, sus labios se movían incesantemente recitando kapitlaj de Tehilim. Era el día de su audiencia, y estaba parado en la sala, esperando a los jueces. Las pesadas puertas de madera se abrieron y los tres jueces, dos hombres y una mujer, entraron caminando por el pasillo, con sus túnicas ondeando a su paso.
Reb Avraham se queda ahí con la boca abierta: ¡esa era la mujer a la que había ayudado en la estación de tren!
Los jueces tomaron asiento y comenzó el juicio. Como si estuvieran perfectamente ensayados, los fiscales procedieron a pintar un caso convincente contra Reb Avraham, describiendo sus crímenes con dolorosos detalles y, por último, recomendando que lo trataran de acuerdo con el máximo alcance de la ley polaca. Reb Avraham se sintió paralizado cuando notó que los dos jueces movían la cabeza asintiendo los pronunciamientos de la fiscalía. Y cuando sus propios abogados no hicieron nada para mitigar su culpa, ya podía saborear la comida de prisión que estaría comiendo durante mucho tiempo.
Pero una voz familiar interrumpió el juicio.
"Me opongo inequívocamente", pronunció la tercera juez en voz alta. “Hace varios meses, cuando nadie quería ayudarme, un total desconocido en una lejana estación de trenes, este hombre aquí parado, intervino y lo hizo. El no me conocía. No pidió nada a cambio. No soy miembro de su pueblo, pero a él no le importó. Por lo tanto, no puedo creer que este hombre haya estado involucrado voluntariamente en tal crimen, e incluso si lo estuviera, creo que merece otra oportunidad, ya que debe haber sido una anomalía, una falla moral única, no representativa de quién él es."
Conmovidos por su poderoso recuento del encuentro en la estación de tren, los otros dos jueces revocaron su veredicto y el caso fue desestimado por completo.
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