por el rabino Abraham Shalem
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Nací y me formé en Yerushalaim, recibiéndome como Rabino por cuarta generación consecutiva en mi familia. Con el aliento de mi mentor y maestro, el rabino Ben-Zion Meir Jai Uziel, el principal rabino de Israel, fui inicialmente a ejercer como rabino en Lima, Perú. Después de más de ocho años allí, seguí trabajando en la comunidad sefaradí de Seattle, Washington, llegando a esa ciudad al mismo tiempo que el jasid de Jabad, el rabino Sholom Rivkin, que servía en la comunidad Ashkenazí. Nos hicimos muy amigos y teníamos un Shiur de Torá juntos a diario.
Pero no hice contacto con el Rebe en sí sino hasta 1961, cuando comenzó un movimiento en los Estados Unidos para prohibir la faena kosher por crueldad animal y fue propuesta una ley a tal efecto en el estado de Washington. Por supuesto, esto plantearía un problema enorme para la comunidad judía, de modo que cuando esta ley se presentó en audiencia en la legislatura estatal, me sumé a otros dos rabinos para dirigirme a los legisladores. Mis colegas hablaron muy diplomáticamente, explicando que la faena kosher es, de hecho, mucho más benévola con los animales que otros métodos. Pero cuando llegó mi turno, fui mucho más contundente. Dije: “Mi idioma nativo es el hebreo, sin embargo, sólo les haré una pregunta en el idioma en el que todavía estoy aprendiendo a hablar: Hablan de crueldad hacia los animales, vacas y ovejas, pero ¿dónde estaban ustedes cuando seis millones de judíos fueron masacrados, entre ellos un millón de niños que fueron quemados y subieron al cielo en los crematorios como sacrificios. ¿Dónde estaban entonces? ¿Por qué no hablaban de crueldad entonces?"
Los miembros de la legislatura me dieron una ovación de pie, y al día siguiente los periódicos citaban mis palabras. La ley propuesta fue cancelada y recibí muchas cartas de apoyo de los rabinos Americanos. Entre ellos había también una carta con bendición del Rebe de Lubavitch; posteriormente, recibí una invitación para visitar al Rebe la próxima vez que estuviera en Nueva York.
Llegué a Nueva York cerca de la celebración del Yorzait del Rebe Anterior y, por lo tanto, fue muy difícil conseguir una cita, pero me aconsejaron enviar un telegrama para que el Rebe supiera que estoy aquí. Eso fue lo que hice, y poco después recibí una llamada para que me encontrara con él de inmediato.
La reunión duró unos cuarenta y cinco minutos. Hablamos principalmente en hebreo sobre una variedad de temas en la ley judía, pero principalmente sobre la educación judía y el estado del judaísmo en América del Norte y del Sur, donde los matrimonios mixtos y la asimilación eran desenfrenados.
Durante nuestra conversación, el Rebe me dijo: "Sabes que un Lubavitcher Josid no viaja sin un Jumash, Tehilim y Tania. ¿Qué hay de tí? ¿Has traído un Jumash?
“Sí”, respondí, “lo tengo en mi cabeza. Sé de memoria Jamishá Jumshei Torá (los cinco libros de la Torá).
"¿Y qué hay de Tehilim?"
"El Libro de los Salmos también lo tengo en mi cabeza", dije. "Esto, también, lo sé de memoria."
"¿Y qué hay de Tania?", continuó el Rebe.
"No traje un Tania conmigo", tuve que admitir que no estaba muy familiarizado con esta obra seminal del movimiento Jabad.
En ese momento, el Rebe se puso de pie, caminó hacia un armario, abrió un cajón y sacó un Tania. Me entregó el libro y me dijo: "Esto es para tus actividades en Seattle". (Todavía tengo este precioso regalo.)
Poco después de mi encuentro con el Rebe, me ofrecieron un puesto rabínico en la Ciudad de México. Completamente preparado para aceptar el puesto, firmé un contrato con los miembros de la congregación de Monte Sinaí con la condición de que consigan una visa para mí y mi familia. En aquellos días, las visas para los titulares de pasaportes israelíes eran difíciles de obtener, pero prometieron hacerlo, y establecimos un período de dos meses para que se hicieran los arreglos.
Dos meses llegaron y se fueron, pero las visas no se materializaron.
Mientras tanto, me ofrecieron un puesto rabínico en la Congregación Sheerith Israel en Manhattan. Esta es una comunidad muy antigua y distinguida, cuyo Shul, mejor conocido como "la Sinagoga Española y Portuguesa", es un sitio reconocido de patrimonio.
Vine a Nueva York para reunirme con los miembros más distinguidos de la comunidad y me pidieron que firmara un contrato. Cuando los Yehudim de la Ciudad de México se enteraron de esto, me llamaron y me preguntaron: “¿Qué está haciendo en Nueva York? ¿Por qué no viene con nosotros?"
"Pero, ¿cómo puedo ir para allá sin una visa?" les respondí.
"No se preocupe", dijeron, "le enviaremos la visa. No hable con ninguna otra congregación."
No sabía qué hacer. ¿Debía aceptar la oferta de Nueva York o esperar a México?
Dado que estaba en Nueva York, decidí visitar al Rebe y pedir su consejo. Estaba seguro de que él me ayudaría a determinar qué era lo mejor para mí.
El Rebe me recibió con mucho cariño. Sentí que realmente se preocupaba por mí y por mi dilema, era como si estuviera hablando con mi padre. Cuando le expliqué la situación, me dijo: "Rab Shalem, su lugar está en México City".
Explicó que hay lugares donde las personas no buscan en realidad un maestro que enseñe o un guía espiritual, sino una figura títere con el título de "rabino". Por supuesto, es difícil influenciar sobre esas personas. Pero los judíos de la ciudad de México, dijo, están clamando por un verdadero líder espiritual.
"¡Allí puedes lograr grandes cosas!", Dijo. "Hay tantas áreas en las que puedes actuar: necesitan ayuda con la educación, la comida kasher y frenar los matrimonios mixtos y la asimilación."
Y así, con su bendición, decidí ocupar el puesto en México City y continué sirviendo allí durante más de catorce años. Durante esos años, estuve en frecuente contacto con el Rebe respecto a todos los asuntos relacionados con la comunidad.
Y, tal como él previó, pude promover el judaísmo en México de muchas maneras. Por un lado, fundé una Yeshivá, que inicialmente se chocó con bastante oposición. La gente decía: "¿Quién necesita una Yeshivá? ¿Por qué retrocedemos en el tiempo en lugar de progresar?
En una audiencia posterior, le mencioné al Rebe algunos de los obstáculos que enfrentaba. Nunca olvidaré su respuesta. "Cuando la luna está llena", dijo, "los zorros le aúllan. ¿Pero acaso hace eso que la luna deje de irradiar su luz?
Por supuesto, quiso decir, que no hay rabino que no enfrente una oposición, y que siempre habrá alguien que intente frustrar los esfuerzos del rabino, pero está claro que debe seguir sin inmutarse, por el bien de su comunidad.
Estaba enormemente agradecido por su cuidado y aliento, como lo estaba por toda su sabia orientación a lo largo de los años.
Después del fallecimiento en 1953 de mi mentor y maestro, el rabino Uziel, a quien le había confiado todo, me sentía como huérfano, sin tener a nadie en quien apoyarme hasta que conocí al Rebe. Él me aceptó con los brazos abiertos, y encontré en él el amor y el apoyo que me faltaban. Aunque estuve en contacto con muchos rabinos, no hubo ninguna persona como el Rebe en cuya luz pudiera sentir siempre tanta calidez.
El rabino Abraham Shalem (1928-2014) dirigió comunidades en Israel, Perú, Estados Unidos y México, donde tradujo el Shuljan Aruj al español y escribió muchos otros libros en hebreo y español. Fue entrevistado en su casa en Yerushalaim en mayo de 2012.
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