R' Nisan Mangel 'שי |
Por Rab. Sholom D. Avtzon
Como fue el caso con muchos prisioneros, me trasladaron de un campo de concentración a otro. Me gustaría relatar uno de los tanto milagros que me sucedieron durante lo que se conoce como 'la Marcha de la Muerte'. Comenzó a mediados de enero de 1945, cuando unos sesenta mil prisioneros, incluidos judíos y no judíos, recibieron la orden de abandonar Auschwitz. Íbamos a ser reubicados en campos de concentración en Alemania. Yo personalmente terminé en Mauthausen. Marchamos durante dieciséis - dieciocho horas al día, durante días y días.
Las condiciones eran horrendas. Caminábamos con nuestras desgastadas ropas de prisioneros, con nuestras delgadas mantas envueltas alrededor nuestro, sobre algunos centímetros de nieve. Por la noche dormíamos en los campos sobre la nieve; Fue realmente un milagro que no todos pereciéramos por la hipotermia. La nieve en realidad sirvió como una bendición disfrazada; como no nos daban de comer, recogíamos algo de nieve y la usábamos como agua. A veces tuvimos suerte y nos encontrábamos algo para comer de debajo de la nieve.
Sin embargo, mientras caminábamos cinco o seis por fila, a la par, nadie hablaba con el otro. Había un completo silencio, excepto de los gritos y súplicas de quienes tropezaran, pidiendo ser salvados, y el sonido de las balas disparadas a quienes tropezaran o se movieran fuera de la línea. Cada persona estaba en su propio mundo, pensando en su posibilidad de supervivencia.
Al tercer día, mi pie izquierdo se había entumecido por completo y no podía sentirlo en absoluto. Sentí que estaba arrastrando peso muerto, y sabía que no podría seguir caminando así.
Mientras vi a cientos, y de hecho a miles de personas que recibieron disparos al salirse de la marcha, es triste decirlo, la muerte ya no nos asustaba. Lo presenciamos día tras día, de la manera más horrible. Así que llegó el momento en que decidí salir de la fila. Estaba completamente solo, separado de mi familia, y pensé que de todos modos no podría seguir caminando por tantos días más. Terminarían disparándome de todas formas, ¿por qué retrasar lo inevitable?
Mientras estos pensamientos cruzaban mi mente, un joven de veintidós años de repente comenzó a hablarme. Empezó animándome a seguir caminando y no rendirme. No lo conocía, pero era un mensajero de Hashem, como un ángel guardián. Curiosamente, mientras seguíamos hablando sobre nuestras vidas, me di cuenta de que era de la misma ciudad que yo, Kosice, Checoslovaquia.
Entonces le confié a él que no podía seguir caminando y le dije suplicante: "Eres fuerte. Sobrevivirás a estas malvadas personas. Por favor, toma nota de dónde me dispararon y dejaron mi cadáver, por lo que si te llegas a encontrar con mi familia, vendrán a buscarme y tendré el mérito de ser enterrado en un Kever Isroel."
"No debes pensar así", me respondió. “¡Tú también sobrevivirás! Yo te llevaré."
Lo miré desconcertado. "¿Cómo puedes llevarme por quién sabe cuántos días más?", pregunté, "¿en este clima helado y en estas condiciones indescriptiblemente horribles? ¿Eres consciente por cuánto tiempo más necesitamos marchar?
"En realidad no puedo cargarte", me respondió, "pero puedes colocar tus brazos sobre mi hombro y mantendré tu pie débil."
No pensé que fuera posible, pero como él era tan insistente, acepté intentarlo. Me paré a su costado derecho y envolví mis dos brazos alrededor de su cuello, y él me "llevó" así durante los siguientes tres días, mientras saltaba con mi pie derecho.
Cómo se las arregló para llevarme por tanto tiempo, no lo sé. Él verdaderamente y literalmente salvó mi vida.
Fuimos liberados por las fuerzas aliadas ocho meses más tarde. Sin embargo, hubo mucha gente que sobrevivió a los horrores de la muerte en los diversos campos de concentración y asesinatos al azar, solo para encarar la muerte en su nueva libertad.
Nuestros cuerpos no estaban acostumbrados a mucha comida, y muchos comieron tanto y demasiado rápido como para que sus cuerpos pudieran digerir los alimentos correctamente, lo que provocó varias enfermedades y padecimientos peligrosos. Entonces se desató una epidemia de tifus y cientos de personas se estaban muriendo. Los aliados hicieron un estilo de hospital improvisado, pero la gran cantidad de pacientes enfermos era asombroso, y no estaban preparados para tratar a todos. Tratar la desnutrición de los sobrevivientes ya de por sí era bastante difícil. ¡Ahora estaba agravado con esta epidemia!
Mi amigo, que había puesto su vida en peligro para salvarme, también contrajo tifus. Mientras le dieron algunos medicamentos, me di cuenta de que eran principalmente para calmar el dolor y el sufrimiento, pero no lo suficiente para curarlo. El personal estaba sobrecargado, y una persona con tifus en su condición no era su máxima prioridad. Ellos creían que probablemente fallecería de todos modos, ya que estaba delirando por su fiebre extremadamente alta, y entraba y salía de un estado de conciencia.
Pero yo, un pequeño niño de once años, corrí de enfermera en enfermera y de médico en médico, rogando y clamando que lo trataran. Al ver lo preocupado que estaba, probablemente asumieron que él era mi único pariente sobreviviente, y que lo necesitaba desesperadamente. Ya que eran individuos compasivos, comenzaron a atenderlo y le prestaron atención adicional, y de hecho tuvo una recuperación milagrosa.
Resultó entonces, que aunque su intención durante aquellos horrendos días de la marcha fue definitivamente salvarme y ayudarme, y sin tener ningún motivo o interés ulterior, al final, su favor y bondad hacia mí finalmente lo ayudaron y lo salvaron a él. Cuando él estuvo en esa situación peligrando su vida, lo salvé a cambio.
[Rabí Mangel continuó:]
Vemos esta idea en la parashá de esta semana (Parshat Vayigash). Yehuda se ofreció a convertirse en el esclavo de Yosef con tal de salvar a Biniamin. Quería proteger a su padre del dolor y sufrimiento adicionales. Su sacrificio y entrega fue tal que estuvo dispuesto a renunciar a su porción en el Mundo por Venir si no protegía a Biniamin adecuadamente. Resultó que, más de mil años después, él mismo se salvó debido a esta acción.
Después que Shlomo Hamelej falleció, diez tribus se separaron de su hijo Rejavam. Eligieron seguir a Yeravam ben Nevat y lo ungieron como el nuevo rey de Israel. Maljut Yehuda (el reino de Yehuda) estuvo a punto de extinguirse. La única tribu que se mantuvo leal a Yehuda, preservando así a Maljut Yehuda, fue Biniamin. Estaba pagando así su gratitud, a pesar de ser Biniamin la tribu más cercana a Yeravam ben Nevat, que era descendiente de Yosef, el hermano absoluto de Biniamin.
Por lo tanto, siempre uno debe estar dispuesto y listo a ayudar a otro miembro de su comunidad. Uno puede estar (o definitivamente estará) invirtiendo con eso en ayudarse a sí mismo.
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